Estoy en una jaula.
Recojo los trozos de tela del suelo, cubriéndome con la bata de baño.
Frente al espejo, mis manos aún tiemblan. Observo mi pecho... los arañazos son visibles.
Fue como una bestia sedienta sobre mí. Solo recordarlo me aterra.
Gotas de agua caen desde mi cabello mojado, resbalando por mi piel. Mis ojos están enrojecidos, hinchados de tanto llorar.
Paso la mano por mi nariz y camino hasta la cama.
Me abrazo a las rodillas y entonces escucho la puerta abrirse.
Mi estómago se contrae con miedo.
Es él otra vez.
Me hará daño...
—Vamos a cenar. Ponte algo de lo que te compré. Tienes media hora para estar lista —ordena.
Posiblemente quiere reparar el daño que me acaba de hacer. Pero no me importa esta vez... ojalá y acabe con mi vida.
—No iré a ningún lado —respondo.
—¿Qué parte no has entendido de todo...?
Su amenaza me tortura, tengo mucho miedo, pero no soporto más humillarme tanto.
—¡Mátame! —grito sin pensarlo.
Y entonces, siento el tirón brusco en mi brazo.
—¡Suéltame! —chillo, mientras