Dotada de belleza y gracia, para su desgracia.
Me doy un sorbo de whisky y estrello el vaso contra la pared.
—¿Por qué mierda no baja? —gruño.
Camino furioso hasta su puerta, intento girar la manija, pero está cerrada.
Aprieto los dientes y me dirijo a la oficina. Busco las llaves con rabia en las gavetas y no las encuentro.
Esa puerta no iba a poder romperla, y no pienso quedarme esperando.
Tanta es mi rabia que debo hacer una pausa y respirar flexionando mis puños del escritorio.
Y entonces ya más relajado encontré las llaves.
Cuando finalmente logró abrir la puerta, la encuentro dormida. Todo está patas arriba, tiro todo en el piso.
—¿Qué es este desorden? —murmuro con fastidio.
Está sumida en el sueño profundo, ni se inmuta y por más que la intento despertarla no lo logro.
Resoplo incómodo y comienzo a recoger el desastre.
Detesto el caos, me consume.
Cuando todo está en su lugar, me acerco a ella otra vez.
Ese vestido... quiero que lo use la próxima vez, le queda demasiado bien.
Me inclino y, con cuidado, se lo quito. Evito