—Levántenlo.
Era muy temprano en la mañana cuando Enzo salió en busca de Dante.
Lo encontró totalmente drogado en un bar, poniendo su vida en peligro más y más cada día. Había despedido a todos sus hombres y se había quedado completamente solo.
Ya no trabajaba, simplemente se había aislado del mundo porque quería morir.
Estaba delgado, irreconocible. Ya no era aquel hombre agresivo que infundía terror. Era un cero a la izquierda, sumido en una depresión angustiante. Enzo, por su parte, sufría con cada día que lo veía así.
Sentía que no podía morir sin antes lograr que Dante se recuperara. Intentó por todos los medios hacerlo salir solo de ese abismo, pero no tuvo más remedio que buscar un hospital psiquiátrico para encerrarlo.
—¿A dónde me llevas? —preguntó Dante, intentando soltarse, pero estaba demasiado drogado y sin fuerzas.
Tenía el cabello largo, chorreándole por los lados. No tenía barba, nunca le creció ni un pelo, y lo agradecía, pues la odiaba. Sus ojos estaban rojos, desorb