La cargo, enrollando sus piernas en mi cintura, y su cabeza descansa en mi hombro.
—Prendan fuego a esta casa, con todos los cadáveres —las cámaras funcionaban mientras Emiliano entregaba a su hija. Después, dejaron de funcionar.
Ni recordaba mi herida en el brazo; ya ni siquiera dolía. En el jeep, acuesto a Sol. Ambos estamos solos. Le quito la ropa y la cubro con mi saco.
—¿Te sientes mejor? —el aire acondicionado está encendido y, aun así, ella tiene calor.
Sus pezones están duros y la piel, erizada. Abre las piernas, y puedo ver cómo las bragas están mojadas. Ella misma se presiona con los dedos, tratando de calmar su deseo.
—Voy a ayudarte... No quiero que pienses que me estoy aprovechando de esta situación... —deslizo las bragas y ella misma abre las piernas, comenzando a tocarse.
Sostengo su mano con firmeza y mi dedo pulgar presiona justo en su piel más sensible, ahogando un grito placentero.
Está muy sensible... Puedo fijarme en lo estrecho de su entrada... Nada ha entrado ah