Cicatrices en la piel.

—Quiero ver qué hacías— me reclama.

La incomodidad no tarda en hacerse presente. Sabe que poco a poco se ganará mi odio más profundo.

Eso es lo que lo hace divertido para él.

—Era algo estúpido... nada importante—

Se acerca y extiende la mano, exigiendo el papel.

—Dámelo— dice con firmeza.

Cuando sonríe...no sabes si temblar o rendirte.

Su mirada oscura es tan intensa que me congela. Tiene ojos negros como la noche y pestañas tan abundantes que parecen un delineado natural.

Sus labios definidos y rojizos contrastan con su piel bronceada.

Su rostro es firme, anguloso. Su mandíbula fuerte, tensa. Su cuello se deja ver áspero mis manos no lograría atraparlo.

Mide alrededor de 1.90, con una espalda ancha, al igual que sus hombros.

Sus músculos bien definidos que se insinúan bajo la fina tela de la camisa.

Su cabello ligeramente liso esta perfectamente peinado hacia atrás. Pero hay un mechón rebelde que insiste en caer en su frente.

No tiene barba ni bigote, pero sus cejas pobladas le dan un aire aún más imponente.

Suele vestirse con trajes perfectamente ajustados de telas caras y zapatos bien pulidos.

Pero... no parece tan adulto.

—¿Vas a mirarme un poco más o me darás lo que pedí?— sus labios se curvan en una sonrisa que ocultan una amenaza.

No respondo.

—Te diré algo...— su voz baja una octava, como si estuviera a punto de hacerme una promesa mortal

—Cuando te pida algo, me lo darás siempre. Si no lo haces...—

Su pausa se prolonga y mi respiración se vuelve errática.

—¿Qué?— m****a, hablé sin pensar.

—Por cada desobediencia, una parte del cuerpo de tu padre, vendrá a ti como castigo. Si aún sigues sin entender entonces ¿Xavier es que se llama tu hermanito menor? Pues de él, te traeré otra parte—

Mi estómago se hunde.

—¿Matarías a un niño...?— mis ojos lo miran aterrada.

—A uno no... a varios ¿te he dado motivos para que dudes de mí?—

Me agarra la muñeca con brutalidad y se inclina hacia mí.

—Grita— me exige con determinación.

Y aprieta con fuerza mi mano. El dolor es tan agudo que dejo escapar un gemido ahogado. El papel resbala de mis dedos y cae al suelo.

Me suelta al instante, y mi mano tiembla cuando la llevo contra mi pecho, ardiendo de dolor. Él recoge la hoja y la examina.

—¿Un dibujo? ¿Tanto drama para ocultar esto? Qué tonta—

Aparto la mirada, avergonzada.

—¿Acaso todo tienes que saberlo?— digo entre dientes.

—Sí. Todo. Eres mi esclava ahora. Mi pago. Y hago lo que quiera con mi pago—

Levanto la cabeza con desafío.

—Mi papá vendrá por mí. No me dejará en este lugar—

Suelta una carcajada baja.

—Suerte con eso... ¿De verdad crees que si consigue dos millones de dólares los usará para recuperarte? Los hombres como tu padre son egoístas. Solo les importan ellos mismos. Pero claro, eres una niña... ¿qué vas a saber tú de eso? No has vivido nada. No sabes lo que es el dolor.—

Trago saliva con dificultad.

—No me conoces... —musito, con el pulso acelerado.

Él ladea la cabeza con una sonrisa torcida.

—Sé todo de ti, niña rica. Estudiosa, excelentes calificaciones, dibujo y pintura como pasatiempo para que no pueda hacer amigos. Alérgica a todo tipo de nueces, sangre A+—

Mis dedos se cierran en puños... como sabía tanto.

—Tienes un novio...— Mis ojos se abren de par en par como si eso fuera una ofensa.

—No es cierto—

—No, nunca has tenido uno. Pero tienes varios pretendientes —ríe con burla

—Niñitos como tú, ricos, de tu misma clase, porque ustedes solo se mezclan entre ustedes—

Me mira con recelo.

—Eres un resentido—

Parpadea varias veces.

—¿Qué?— preguntó frunciendo el ceño.

—Hablas mucho de clases sociales... Eres un resentido— Su risa es corta, seca.

—No. Me jode que sean unos falsos. Mientras más los conozco, más asco me daría ser parte de ustedes—

Un escalofrío me recorre, no puedo seguir hablando con alguien tan neutro y que no me conviene.

—M-me iré a mi habitación— trato de evitar seguir hablando con este tipejo.

—No. Vas a limpiar la habitación de armas—

Me toma del brazo con firmeza como si fuera a escapar.

—Puedo caminar —trato de zafarme, pero no me suelta.

—Señor, le digo que puedo caminar— me de tengo abruptamente.

—Dante. Ese es mi nombre, no me llames señor—

—Bueno... parece un señor de todos modos. ¿Cuánto tienes, 40?—

Se detiene en seco y me observa, atónito. Luego, sin previo aviso, comienza a desabrocharse la camisa.

—¿Qué haces?— retrocedo alarmada.

Su torso queda al descubierto. Piel bronceada, abdomen firme, cintura estrecha.

Pero unas cicatrices enorme en sus costillas me hacen fijarme mucho en su cuerpo.

—¿Me veo de 40? ¿O solo querías molestarme para verme desnudo? Mírate estas babeando—

Me lanza una mirada indescifrable, la misma que no me permite entender qué demonios tiene que ver su cuerpo con lo que le acabo de decir.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP