50- El aroma no es suficiente.

Aguantando las lágrimas que picaban tras sus párpados, Elyria fingió una serenidad que se resquebrajaba por dentro. Se obligó a sostener la barbilla en alto, aunque su corazón dolía como si le hubieran clavado una estaca.

Que la luna destinada de Gregor estuviera fuera de la manada ya era una noticia lo bastante desgarradora, pero que él, delante de todos, dijera que quería ir a verla… eso la atravesó como una lanza en mitad del pecho. Y aun así, se negó a permitir que alguien lo notara.

Con una dignidad que apenas lograba sostener, dio dos pasos hacia adelante, con la intención de marcharse por su cuenta hacia la cabaña. Quería escapar, huir antes de que la expresión en su rostro la delatara. Pero de pronto, la mano de Gregor se cerró con fuerza sobre la de ella.

Elyria se congeló. No se giró. No podía. Si lo miraba, si se enfrentaba a esos ojos que creyó que la veían solo a ella, terminaría desmoronándose frente a todos. Y eso no se lo perdonaría jamás.

—Estoy cansada —susurró—. S
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