74- El descaro del alfa enamorado.
Pero su expresión cambió apenas un segundo después, cuando sus ojos barrieron el campo y solo notó que allí estaban los lobos de su manada, rodeando el espacio con respeto.
Algunos en su forma humana, y otros aun conservando sus cuerpos animales, todos reflejando una devoción pura hacia su Luna. Sin embargo, el ochenta por ciento de la manada de Ronald no estaba allí.
Elyria aspiró hondo, intentando disimular la punzada de decepción.
En el centro del claro, una fogata de llamas doradas ardía imponente, viva, etérea. Su fuego no era común: estaba alimentado por la energía sagrada de la diosa de la luz y la creación.
Elyria se detuvo frente a la hoguera. El fulgor de las llamas la envolvió, y su silueta se dibujó entre luces y sombras, como si fuera una aparición celestial. Cerró los ojos y alzó las manos, repitiendo el gesto que su madre le había enseñado.
En un parpadeo, el vestido que llevaba se deshizo en hilos de luz, envolviéndola en una vestidura luminosa, como un reflejo de