Justo cuando Elyria entró a la cocina, agarrada al brazo de Gregor, dos sirvientas clavaron la mirada en la tobillera de su pie, como si fuera una marca de deshonra para la manada.
La incredulidad primero, y el odio después, se reflejaron sin disimulo en sus rostros.
Elyria lo sintió todo, como si las miradas fueran cuchillas afiladas recorriéndole la piel.
Sin embargo, la vieja nana de Gregor, sonrió en cuanto los vio llegar.
—Mi muchacho —murmuró con ternura, secándose las manos en su delantal—, no debiste venir hasta aquí. Yo habría podido llevarte la cena a tu habitación.
Gregor se dejó caer con naturalidad en uno de los bancos de madera, arrastrando a Elyria con él para que se sentara sobre su regazo.
—Nana, mi luna simbólica quiere comer curry picante —anunció, sin dejar de mirar a Elyria con esa expresión de orgullo posesivo que hacía que a las lobas presentes se les crisparan los músculos de la mandíbula.
Elyria, sintiendo la tensión como una tormenta a punto de estallar, baj