Sin pensarlo dos veces, Gregor la lanzó con fuerza sobrenatural contra la mesa de roble donde compartía la cena con Elyria. La madera crujió y se hizo añicos bajo su cuerpo.
Justo en ese instante, Ewan irrumpió en la cocina junto a dos guardias, alertado por el súbito cambio de energía de su alfa. Su mirada recorrió el lugar con rapidez, viendo a la loba retorciéndose entre los restos destrozados de la mesa, y a Gregor… atrapado en medio de una metamorfosis brutal.
El cuerpo del alfa temblaba con espasmos violentos. Cada crujido de sus huesos resonaba en la habitación como una amenaza primitiva. La piel se le estiraba, y los músculos se expandían como si fueran a desgarrarse, y sus ojos humanos se tornaban de un ámbar encendido, cargado de furia. No era una bestia, no todavía. Pero tampoco era ya humano.
—Luna simbólica, será mejor que salgas de aquí —advirtió Ewan a Elyria, retrocediendo un paso, con la mano lista para defenderla—. Está en plena metamorfosis…
—¿Por qué tengo que sal