36- Luna simbólica.
Entonces escuchó un sollozo apenas audible, como un animalito herido, que se contiene en la oscuridad.
Ese quejido le atravesó el alma.
Con un rugido, levantó la pierna y, de una sola patada, destrozó la puerta. Las bisagras crujieron, la madera estalló, y el eco del impacto retumbó por toda la cabaña.
Allí estaba ella. Sentada en el borde de la bañera. Desnuda, envuelta solo en la toalla, con el rostro empapado en lágrimas, y con las mejillas encendidas por el llanto reprimido.
Elyria alzó la cara hacia él. Su mirada era un océano de dolor y confusión.
—Ahora comprendo... cuando mi madre me decía que mi infantilidad me iba a causar problemas…
Gregor sintió cómo se le partía algo por dentro.
Sin decir una palabra, se acercó a ella, la tomó entre sus brazos con la misma delicadeza con la que se carga una flor rota, y la llevó a la habitación.
La sentó sobre la cama con cuidado, como si fuera de cristal, y se agachó delante de ella, aún con el pecho agitado por la rabia, y la impoten