En la sala de estar de la cabaña de Gregor, el ambiente estaba cargado de tensión. Algunos lobos se encontraban reunidos dentro, de pie o recostados contra las paredes de madera, mientras otros aguardaban fuera, agitados, esperando una respuesta definitiva de su alfa.
La incertidumbre los consumía. Estaban asustados, y desesperados. Ninguno quería enfrentarse a Ronald. A pesar de su orgullo, sabían reconocer una amenaza real… y el alfa enemigo no era uno cualquiera. Era brutal. Implacable e invencible, para una manada con tan poco poder militar. Enfrentarlo era casi una sentencia de muerte, y todos lo sabían.
Elyria permanecía cerca del fuego, sentada, con las manos apretadas sobre su regazo. Tenía la mirada perdida, los ojos vidriosos y el alma rota. Seguía sin comprender cómo la diosa de la luna podía haberle hecho algo tan cruel: ¿cómo podía su alfa destinado ser Ronald? Ese monstruo… ese asesino, de todos los alfas que pedían su mano, él le parecía el más desagradable.
—No lo qui