— Te estaba esperando, Naira. —
Las palabras flotaron en el aire helado del claro, tan tranquilas y seguras como si estuviera comentando la salida de la luna. Pero para mí, fueron el estruendo de un mundo que se hacía añicos. El miedo, que había sido mi compañero constante, se transformó en algo más afilado, más peligroso: una desconfianza total y absoluta. Mi primer instinto no fue correr, sino atacar.
"¡Aléjate de él!", rugió Nera en mi mente, una explosión de furia protectora. "Es una trampa. Sabe tu nombre. ¡Sabe quién eres! ¡Es uno de ellos!".
Obligué a mi cuerpo a permanecer inmóvil, aunque cada músculo gritaba que me transformara, que le mostrara los dientes al fantasma que se había atrevido a pronunciar mi nombre. Mi mano se posó instintivamente sobre mi vientre, un gesto que ya era una segunda naturaleza.
— ¿Quién eres? — pregunté, y me sorprendió la firmeza de mi propia voz. No había temblor en ella, solo el frío del acero —. ¿Cómo sabes mi nombre? —
El hombre no se movió. S