Escuché el golpe suave en mi puerta y mi corazón se detuvo por un instante antes de reanudar su ritmo con una calma forzada. Había llegado la hora. Me acerqué y abrí sintiendo que los latidos de mi corazón sonaban como tambores de guerra, y que todos podrían oirlos; pero no era más que mi imaginación. Lian, el joven omega, estaba de pie, pálido y temblando, sosteniendo la bandeja de plata como si fuera una brasa ardiente. Detrás de él, la figura imponente de Zander observaba cada movimiento.
— Mi Luna — balbuceó Lian, inclinando la cabeza.
Estaba extendiendo la mano para tomar la bandeja, mi rostro no era más que una máscara de serena gratitud y estaba haciéndole un ademán al omega para que levantara su pequeña reverencia, cuando una nueva presencia se materializó a mi lado, una sombra que trajo consigo un frío que nada tenía que ver con la noche.
— Ah, aquí está. — dijo con autoridad una voz conocida. — Quería asegurarme de que recibieras mi regalo, querida. — las palabras del Alfa