A la mañana siguiente del envenenamiento, me desperté sintiendo que mi cuerpo era un campo de batalla. Sobreviví a la noche, pero la guerra entre el antídoto y el veneno había dejado sus secuelas. Una debilidad insidiosa se aferraba a mis huesos, y oleadas de náuseas me recordaban constantemente el riesgo que había corrido. La duda era un veneno en sí misma, carcomiendo mi certeza: ¿era esta la curación, o el lento avance de la muerte? Luché por controlar el pánico, mientras pensaba en todo eso, mi mano iba instintivamente a mi vientre. Mis cachorros. Todo era por ellos.
Sabía que no podía quedarme encerrada. Hacerlo sería admitir la derrota, una señal de debilidad que Rheon y su perro guardián, Zander, interpretarían como una victoria. Me obligué a levantarme, a moverme con una lentitud que pudiera pasar por majestuosa en lugar de frágil. Usé hierbas para devolver algo de color a mis mejillas, construyendo una máscara de "Luna en serena recuperación" sobre una base de dolor y miedo r