El tiempo en la cueva se disolvió en un ciclo de oscuridad y temblores. Mi forma de loba era un horno, pero Ashen era un bloque de hielo. Durante horas, me quedé acurrucada a su alrededor, como una manta viviente de pelaje y calor, vertiendo mi propia energía vital en su cuerpo inerte. Su respiración era superficial, un hilo frágil que amenazaba con romperse a cada momento.
Pero el calor no era suficiente. Podía olerlo. Debajo del olor metálico de la sangre fresca, había un aroma más dulce y enfermizo: el olor de la infección, el comienzo de la putrefacción. La herida estaba sucia, contaminada por el agua del río y el barro de Encrucijada Gris. A pesar de mi calor, su cuerpo seguía perdiendo la batalla.
Fue entonces cuando Nera, mi loba interior, comenzó a agitarse. No con pánico, sino con un instinto profundo y antiguo que mi mente humana apenas podía comprender.
"Manada", susurró en mi mente, su voz era un gruñido bajo y posesivo. "Herido. Nuestra manada está herida".
Mi cabeza se m