El olor a desinfectante impregnaba cada rincón del hospital. Clara caminaba por el pasillo con paso firme, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones. Su brazo seguía vendado, todavía adolorido por el golpe en el terreno, pero eso no la detenía. Alejandro seguía hospitalizado después del accidente, y aunque no era su obligación, sentía el deber moral de comprobar cómo estaba.
Al llegar a la habitación, un par de periodistas merodeaban por el pasillo. Clara bajó la mirada y se apresuró a entrar antes de que pudieran detenerla.
Dentro, Alejandro estaba recostado en la cama, con la pierna inmovilizada y un vendaje en la frente. Aun así, sonrió en cuanto la vio entrar.
—Arquitecta Jiménez —dijo con voz débil pero cálida—, sabía que vendrías.
Clara se acercó a la cama, sin poder evitar una sonrisa nerviosa.
—Solo vine a saber cómo estabas. Fue un susto enorme.
Alejandro arqueó una ceja.
—Un susto que valió la pena. Si tuviera que volver a elegir entre recibir el golpe o dej