El bufete los teléfonos no dejaban de sonar, las impresoras trabajaban sin descanso, y los pasillos parecían ríos de papeles y voces.
Clara llegó temprano, con los ojos todavía cansados de la mala noche. La tensión con Mateo era un peso constante en su pecho; habían dormido en habitaciones separadas, y aunque él había intentado hablarle antes de salir, ella no estaba lista para escucharlo.
Se encerró en su oficina y abrió los planos del centro de convenciones. Alejandro había insistido en que su diseño debía ser la base de la presentación en el congreso, y eso la llenaba de orgullo, pero también de una presión insoportable.
Cuando salió al pasillo para dirigirse a la sala principal, notó las miradas de algunos colegas. No eran miradas hostiles, pero sí cargadas de curiosidad, como si hablaran de ella cuando pasaba. Clara fingió no darse cuenta y apretó el paso.
La reunión comenzó con Raúl al frente, dando instrucciones sobre la distribución de tareas. Clara escuchaba con atención,