Mateo salió del restaurante con el corazón encogido. Apenas había cruzado la puerta, entendió la magnitud de su error. Había dejado que Valeria se entrometiera, había permitido que acaparara la conversación y, lo peor de todo, había ignorado a Clara justo cuando ella buscaba su mirada.
La vio marcharse en taxi y quiso correr tras ella, pero sus piernas se quedaron clavadas en el suelo. El aire nocturno le pareció pesado, sofocante, como si lo acusara en silencio.
Sacó el celular con torpeza y marcó su número.
—Vamos, Clara, contesta… —murmuró con desesperación.
El tono sonó una y otra vez, pero no hubo respuesta. Lo intentó de nuevo, y de nuevo. Nada. Cada silencio al otro lado le estrujaba el corazón un poco más.
Finalmente, un mensaje apareció en su pantalla:
"Voy en camino a casa. No me llames."
Mateo cerró los ojos, sintiendo el golpe seco de esas palabras. No era solo enojo: era decepción, una herida que dolía más que cualquier grito.
En el taxi, Clara miraba la ciudad iluminada,