La jornada en el bufete había sido larga, pero Clara apenas recordaba los planos que había revisado durante el día. Su mente estaba en otra parte. Desde que Valeria llegó, la rutina se había transformado de un modo que no sabía explicar. Todo parecía seguir igual, pero, bajo la superficie, algo había cambiado.
Clara se repetía que no tenía por qué desconfiar. Mateo le había demostrado con hechos —y no solo con palabras— que estaba comprometido con ella, con su vida y su futuro juntos. Sin embargo, había algo en la forma en que Valeria lo miraba que la mantenía inquieta, como un zumbido persistente que no se apagaba por más que intentara ignorarlo.
“Tal vez exagero”, pensó, apoyando el mentón en su mano mientras revisaba unas maquetas. “Tal vez solo soy yo, con mis miedos. Después de todo lo que viví, quizá me cuesta más confiar…”.
Pero la imagen regresaba con claridad: Valeria alargando de más el saludo de mano con Mateo, su sonrisa amplia, demasiado amplia, y la manera en que repitió