El bufete vivía una época dorada. Tras la inauguración del parque urbano, los pasillos se llenaban cada mañana de nuevos proyectos, carpetas frescas, llamadas de clientes y la emoción de quienes sabían que estaban construyendo algo grande. El ambiente estaba cargado de energía, de conversaciones rápidas entre oficinas, de bocetos que cambiaban de manos con entusiasmo.
Esa tarde, la sala de reuniones de los ingenieros estructurales estaba ocupada. Los planos se extendían sobre la mesa central, rodeados de reglas metálicas, calculadoras y tazas de café que ya empezaban a quedarse frías. El aire olía a papel nuevo mezclado con tinta fresca de las impresoras.
Valeria se había integrado con una facilidad pasmosa. Su porte elegante y su seguridad parecían envolverla en una especie de aura magnética. Escuchaba cada detalle de Ernesto Aguilar, el jefe del equipo, inclinando apenas la cabeza con gesto de interés. Sus ojos verdes recorrían cada trazo de los planos, pero más que eso, parecían le