El lunes, Clara amaneció con el corazón acelerado. Sabía que el día sería distinto: ya no iba a huir ni callar. Se vistió con ropa sobria y tomó en sus manos la carpeta donde guardaba cada prueba, cada fragmento de la pesadilla que había vivido.
Mateo pasó por ella temprano. Al verla nerviosa, le tomó la mano y la apretó con suavidad.
—No estás sola. Vamos juntos.
En la comisaría, el ambiente olía a café amargo y papeles viejos. El oficial de turno los recibió y les pidió sentarse para iniciar la denuncia. Clara tragó saliva, respiró hondo y comenzó a hablar.
—Me llamo Clara Jiménez —dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban—. Durante meses he sido acosada por un hombre con quien tuve una relación. Se llama Facundo Ramírez. Me sigue, me amenaza, intenta forzarme. He guardado silencio por miedo, pero ya no más.
El oficial asintió, tomando nota.
—Cuéntenos todo, señorita. Desde el principio.
Clara abrió la carpeta y dejó que las palabras fluyeran como un torrente. Su