La ciudad brillaba esa noche como si también quisiera celebrar. Clara se arregló con esmero: un vestido elegante de tonos suaves que realzaba su figura, el cabello suelto cayendo en ondas, y un toque de perfume que dejaba tras de sí una estela sutil.
Cuando Mateo llegó por ella, se quedó unos segundos sin palabras. Vestía un traje oscuro, perfectamente ajustado, con la corbata del mismo color de sus ojos. Parecía salido de una revista, pero lo que más destacaba era la mirada cálida con la que la observó.
—Estás… preciosa —dijo al fin, con una sonrisa sincera.
Clara bajó la mirada, sonrojada.
—Y tú… demasiado apuesto.
El restaurante era íntimo, con luces tenues y velas encendidas en cada mesa. Un cuarteto tocaba música suave de fondo, envolviendo el ambiente con una atmósfera romántica.
La mesera los condujo hasta una mesa junto a la ventana. Desde allí, la ciudad parecía un mar de luces. Mateo le ayudó a sentarse, y Clara, mientras se acomodaba, no pudo evitar notar cómo s