El bufete no era el mismo desde aquella tarde en la que las cámaras expusieron la traición de Valeria. La confianza entre colegas había recibido una herida profunda, y sin embargo, de esa misma herida había brotado algo inesperado: una unidad férrea, casi desesperada, que los mantenía de pie.
Raúl y Ernesto, conscientes de lo que estaba en juego, habían cerrado filas con todos. No se aceptaría ningún proyecto nuevo, ninguna distracción: durante las dos semanas siguientes, toda la energía estaría enfocada en una sola misión, un megaproyecto que sintetizara lo mejor de los equipos y que pudiera rescatar la reputación del bufete en la licitación del puerto de Costa Verde.
Nadie se quejó. Nadie pidió reconsiderar. El trabajo extra no era negociable, y todos lo asumieron como un deber.
El primer lunes después del escándalo, la sala de juntas volvió a llenarse, pero esta vez no con reproches ni acusaciones, sino con planos, laptops abiertas y montones de papeles impresos. Los cuatro e