El ambiente en la sala de juntas era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. El murmullo de voces había cesado por completo, y lo único que se escuchaba era el clic del teclado del encargado de sistemas mientras navegaba entre carpetas y fechas en la computadora conectada al proyector.
Raúl, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, se mantenía de pie junto a Ernesto, que parecía una bomba a punto de estallar. Sus miradas estaban fijas en la pantalla, esperando encontrar lo que confirmara sus peores sospechas.
—Adelante —ordenó Ernesto con voz grave, ronca de rabia contenida.
El técnico asintió y seleccionó el registro de la semana anterior. En cuestión de segundos, las imágenes comenzaron a correr: pasillos vacíos, oficinas iluminadas por la luz fría de los fluorescentes, secretarias caminando apresuradas, ingenieros con planos bajo el brazo. Todo parecía normal.
Hasta que la cámara de la oficina de archivos generales mostró a Valeria.
Entraba despacio, mirando a am