El día había llegado, la sala de juntas principal del bufete estaba irreconocible. Las largas mesas de madera oscura habían sido dispuestas en forma de herradura, con pantallas interactivas distribuidas en los extremos y maquetas en escala colocadas con sumo cuidado sobre pedestales de vidrio. El aroma del café recién molido flotaba en el aire, mezclado con el leve olor metálico de las impresoras 3D que habían estado trabajando toda la noche para producir detalles de los modelos. Los ventanales dejaban entrar la luz del mediodía, iluminando el espacio con un brillo sobrio que parecía subrayar la importancia de lo que allí estaba a punto de suceder.
Había murmullos contenidos, como el zumbido de un enjambre disciplinado: hojas que se acomodaban, teclados que se ajustaban, voces bajas afinando los últimos detalles. Los equipos, seis en total, ocupaban sus lugares asignados con carpetas de planos, laptops y punteros digitales listos. El ambiente no era de competencia feroz, sino de resp