El miércoles amaneció con el aire cargado de expectativa. El proyecto del puerto de Costa Verde había sido presentado oficialmente, y los equipos ya estaban conformados.
Clara se levantó temprano, con la misma energía que la invadía cada vez que comenzaba un nuevo desafío. Mateo, aunque todavía recuperándose de los estragos de la semana anterior, caminaba a su lado con una determinación tranquila.
Ambos llegaron al bufete y fueron directo a la sala de trabajo que se había asignado para su equipo. Al abrir la puerta, los esperaba un ambiente cargado de energía: sobre la mesa reposaban planos desplegados, laptops encendidas, maquetas improvisadas con cartón y café recién servido.
El grupo estaba completo: Julián Herrera, arquitecto de planta; Ramiro Paredes, ingeniero estructural de planta; y los dos novatos, Elena Morales, arquitecta recién graduada, y Martín Gómez, joven ingeniero que apenas llevaba unos meses en prácticas.
—Buenos días a todos —saludó Clara con una sonrisa amplia