En el bufete esa mañana no se hablaba de cifras ni de materiales, sino del breve y contundente enfrentamiento en el pasillo.
Una asistente bajó la voz mientras servía café:
—¿Escuchaste lo que Clara le dijo? “Mi rímel tiene más resistencia que tus intrigas”… —y rió en voz baja.
—Fue magistral —contestó otra—. Y lo mejor fue la cara de Valeria, parecía que se había tragado un limón.
Un arquitecto más joven añadió, casi susurrando:
—Lo que más me impresionó es que Clara no levantó la voz ni un poco. Fue pura elegancia.
Las risas contenidas y los comentarios cruzados flotaron en el ambiente durante toda la mañana. Valeria, al pasar por los pasillos, sintió cada mirada como un cuchillo. Algunos la evitaban con frialdad, otros directamente no la saludaban, y los pocos que se mantenían a su lado lo hacían por conveniencia, no por lealtad.
En cambio, Clara caminaba con la frente en alto. No necesitaba fanfarronear; sus compañeros se lo reconocían en los gestos: una palmada en el hombr