Mundo ficciónIniciar sesiónLa noche de la inauguración había llegado. El “palacio” brillaba con luces cálidas. Telas colgantes y una alfombra roja que, en realidad, era una alfombra de yoga reciclada. Pero nadie lo notó. Porque todo tenía ese aire de magia improvisada que solo Lucía podía conjurar.
—¿Dónde está mi corona de empanadas? —gritó Marquitos, corriendo por los pasillos con una capa hecha de servilletas.
—¡No es una fiesta de disfraces! —respondió Sebastián, ajustando su corbata con la precisión de quien sabe que será fotografiado por error.
Lucía, vestida con un diseño suyo que mezclaba elegancia y descaro. Caminaba por el salón con la seguridad de una reina. Y el nerviosismo de una artista que está a punto de mostrar su alma.
—¿Estás lista? —preguntó Javier, apareciendo a su lado con un traje que parecía sacado de una novela romántica. Y con esa mirada que decía “te admiro. Pero también te quiero confundir”.
—Estoy lista para que todo salga mal y aún así sea inolvidable —respondió Lucía, con una sonrisa desafiante.
La exposición comenzó. Invitados caminaban entre las obras. Comentaban. Se emocionaban. Algunos lloraban frente a una pintura que representaba una mujer con tacones rotos y alas de papel.
—¿Eso es autobiográfico? —preguntó una señora con acento británico.
—Es universal —respondió Lucía, con tono poético.
Pero justo cuando todo parecía fluir. El caos hizo su entrada triunfal.
Marquitos tropezó con una instalación de zapatos colgantes. Provocando una reacción en cadena que terminó con una lámpara cayendo… justo al lado de Javier.
—¡Estoy bien! ¡Solo perdí mi dignidad! —gritó él, levantándose con una sonrisa torcida.
Lucía corrió hacia él. —¿Estás seguro? ¿No te rompiste nada?
—Solo el corazón. Pero eso ya venía roto desde antes —dijo Javier, mirándola con intensidad.
Silencio. Sebastián se acercó con una copa de vino. —¿Esto es el momento del beso o del monólogo dramático?
Lucía lo ignoró. Se acercó a Javier. —No me gusta que te pongas en peligro para llamar mi atención.
—No lo hice a propósito. Pero si sirve para que me mires así. Quizás lo repita —respondió él, con una sonrisa que desarmaba.
—Eres un idiota —dijo ella, pero sin apartarse.
—Y tú eres la reina más hermosa que ha pisado este palacio de yoga —susurró él.
Estaban a centímetros. El público seguía recorriendo la exposición. Ajeno al drama que se cocinaba entre pinceles y empanadas.
—¿Van a besarse o quieren que les traiga una cortina para más privacidad? —interrumpió Marquitos, con una corona de cartón en la cabeza.
Lucía se rió. Javier también. El momento se rompió. Pero no del todo.
—Después del brindis —dijo ella, guiñándole un ojo.
Y así, entre obras de arte, tropiezos gloriosos y confesiones disfrazadas de bromas. La noche siguió. Porque el romance no siempre llega con violines. A veces llega con croquetas. Sarcasmo y una lámpara que casi te golpea.
La exposición seguía su curso entre elogios. Selfies artísticos y un niño que preguntaba si las empanadas eran parte de la instalación. Lucía, aún con el corazón latiendo fuerte por el casi-beso con Javier, se movía entre los invitados como una reina en su baile de coronación.
—¡Brindis! ¡Brindis! —gritó Marquitos, agitando una copa de jugo de parchita como si fuera champán francés.
Todos se reunieron en el centro del salón. Sebastián tomó la palabra con su tono de maestro de ceremonias improvisado.
—Hoy celebramos el arte. La locura, la empanada como símbolo de resistencia. Y a Lucía, nuestra reina accidental. Que convirtió una confusión en una revolución estética.
Lucía alzó su copa. —Y también celebramos que, aunque todo empezó por error. Estoy feliz de haberlo vivido. Ser reina es divertido. Sobre todo cuando nadie te obliga a usar tacones todo el día.
Risas. Aplausos. Un brindis que sonó como una ovación.
Javier se acercó, esta vez sin lámparas cayendo ni interrupciones teatrales.
—¿Puedo robarte un momento? —preguntó, con esa mirada que mezcla ternura y peligro emocional.
Lucía asintió. Lo siguió hasta una esquina del salón. Donde las luces eran más suaves y la música parecía susurrar.
—No quiero que esta noche termine sin decirte algo —dijo él, con voz baja.
—Si vas a confesar que tú fuiste el que confundió la empanada con una obra de arte. Ya lo sospechaba —respondió ella, sonriendo.
—No. Quiero decir que… me encanta verte así. Libre. Brillante. Reina sin protocolo. Y que, aunque no sé si tengo lugar en tu historia… me gustaría estar cerca.
Lucía lo miró. No respondió de inmediato. En lugar de palabras, se acercó. Y esta vez, no hubo interrupciones. Ni croquetas voladora. Ni amigos gritando “¡beso!”. Solo ellos. Y un beso que no pidió permiso.
Un beso que sabía a reencuentro. A empanada con historia. A arte compartido.
Cuando se separaron. Lucía dijo, con una sonrisa traviesa:
—Bueno… ahora sí podemos inaugurar oficialmente la exposición.
Javier rió. —¿Y el protocolo?
—Lo rompí hace rato. Soy reina, ¿recuerdas?
Y así, entre luces, risas y un beso que cerró el capítulo como un broche de oro, Lucía demostró que el arte. El amor y el humor pueden convivir. Incluso en un palacio de yoga con empanadas
La música bajó de volumen justo cuando Lucía y Javier regresaban del rincón donde se habían besado. Sebastián los miró con una sonrisa de “ya era hora”. Mientras Marquitos seguía intentando que su corona de cartón se mantuviera firme.
—¡Ahora sí! ¡Brindemos por el arte. El amor y los accidentes felices! —gritó Lili, alzando su copa de jugo como si fuera champán real.
Lucía se subió a una pequeña tarima decorada con telas recicladas y luces navideñas. Todos la miraban con atención. Ella respiró hondo, con ese aire de reina que no necesita protocolo.
—Quiero decir algo antes de que esta noche termine —comenzó. cmcon voz firme pero cálida—. Esta exposición nació de una confusión. De un error. De una empanada mal interpretada. Y sí… me convertí en reina por accidente.
Risas. Sebastián aplaudió con entusiasmo.
—¡Lo sabíamos! ¡La empanada fue la verdadera protagonista!
Lucía sonrió. —Pero aunque fue un error… me gustó. Me gustó sentirme libre. Poderosa. Divertida. Me gustó que nadie me dijera cómo debía ser. Me gustó que el arte me permitiera reinar sin corona, sin linaje, sin permiso.
Javier la miraba con admiración. Marquitos lloraba discretamente. Aunque nadie sabía si era por emoción o porque se había mordido la lengua con una empanada.
—Y lo más importante —continuó Lucía— es que esta noche me di cuenta de algo: no necesito que el mundo me corone. Ya tengo mi corte. Mis amigos más tontos. Mi caos creativo. Y… —miró a Javier— alguien que me ve como reina, incluso cuando estoy despeinada y con pintura en la cara.
Silencio. Luego. Aplausos. Luego, Sebastián gritó: —¡Eso fue mejor que cualquier discurso de gala!
Lucía bajó de la tarima. Javier se acercó. —¿Entonces… seguimos reinando juntos?
—Solo si aceptas que en este reino. Yo mando los lunes —respondió ella, guiñándole un ojo.
—Trato hecho. Pero yo elijo la música —dijo él, tomándola de la mano.
Y así. Entre luces tenues. empanadas compartidas y un beso que ya no era secreto. La noche cerró su telón. Lucía no solo había inaugurado una exposición. Había inaugurado una nueva etapa. Una donde el arte, el amor y el humor reinaban sin pedir permiso.







