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Capítulo 19: El heredero del tambor y la cuna que canta

El palacio no volvió a ser el mismo desde que el bebé llegó. Las paredes parecían más cálidas, las sillas crujían con ternura, y hasta la lámpara parpadeaba con ritmo de nana. Lucía lo sabía: el reino había cambiado. No por decreto, sino por nacimiento.

El bebé —aún sin nombre oficial, pero con mil apodos— dormía en la cuna tejida con cucharones, madera con memoria y versos bordados. Cada vez que se movía, la cuna crujía como si cantara.

—¿Lo escuchaste? —preguntó Lucía a Jhonson.  

—Sí. Creo que dijo “ajá” en tono de gaita.  

—Entonces ya está listo para gobernar con ritmo.

Los amigos tontos llegaron con regalos absurdos pero llenos de amor:  

- Marquitos trajo un babero con estampado de arepas.  

- Lili bordó una mantita que decía “Gobierno con ternura desde la cuna”.  

- Sebastián escribió titulares:  

  —“El heredero real exige leche con papelón y siestas con tambor.”  

  —“Reino Unido adopta el pañal como símbolo de humildad política.”

Lucía, con el bebé en brazos, caminó por el jardín. Las bugambilias parecían inclinarse. Las gallinas cruzaban con respeto. Y el tambor sonaba suave, como si el viento lo tocara.

—Este niño no va a reinar con corona —dijo ella—. Va a reinar con mezcla.

Jhonson se acercó.  

—¿Ya pensaste en el nombre?

Lucía miró al bebé, que justo en ese momento soltó un sonido que parecía un verso.  

—Se llamará como se llame su primer poema.  

—¿Y si nunca habla? —preguntó Jhonson.  

—Entonces lo bailaremos.

Y así, entre pañales poéticos, cucharones cantores y tíos que no tienen sangre pero sí alma, el reino vivió sus primeros días bajo el mandato del heredero del tambor.

Porque en ese palacio. Los bebés no solo nacen. Inspiran. Transforman. Y cantan… incluso antes de hablar.

El bebé —aún sin nombre oficial, pero ya conocido como “Arepín de Gales” por los titulares de Sebastián— cumplía su primera semana de vida en el palacio. Y con cada bostezo. Cada patadita y cada mirada que parecía tener ritmo, el reino se transformaba.

Lucía lo cargaba como quien sostiene una canción. Jhonson lo miraba como quien contempla una obra de arte que aún no ha sido firmada. Y los amigos tontos… bueno, ellos ya habían fundado el Ministerio del Pañal Poético, con Marquitos como ministro, Lili como directora de abrazos urgentes, y Sebastián como redactor de comunicados absurdos.

—¡Atención! —gritó Marquitos desde la terraza—. ¡Se decreta que todo cambio de pañal debe ir acompañado de una décima o una gaita suave!

—¡Y que los eructos reales se celebren con aplausos y papelón! —añadió Lili, mientras bordaba una toalla con la frase “Gobierno con babitas”.

Sebastián ya escribía titulares:  

—“El heredero bosteza por primera vez y el reino entra en estado de ternura absoluta.”  

—“Reina Lucía declara que el primer llanto fue en tono menor con influencia caribeña.”

Lucía, entre risas y desvelos, escribió en su cuaderno:

> Hoy el reino se detuvo para escuchar un bostezo.  

> Hoy entendimos que gobernar también es cuidar.  

> Hoy el tambor se hizo cuna, y la cuna se hizo ley.

Jhonson, con el bebé dormido sobre su pecho, susurró:  

—Este niño no heredará tierras. Heredará canciones.

Y así, entre pañales con poesía, cucharones que hacían de sonajeros y tíos que no tienen sangre pero sí alma, el reino vivió sus primeros días bajo el mandato del heredero del tambor.

Porque en ese palacio, los bebés no solo nacen. Inspiran. Transforman. Y enseñan que el amor, cuando se mezcla con humor y ritmo… se convierte en revolución.

El segundo día de vida del pequeño “Arepín de Gales” se inauguró con una gran festividad en el palacio. Todo el reino se reunió para celebrar el primer “Bostezo Real”, un evento que prometía ser memorable.

—¡Bienvenidos, amigos y cómplices de la locura! —exclamó Marquitos, con su característico babero a rayas, que ya se había convertido en símbolo de la nueva era.  

—¡Que empiece la fiesta! —gritó Lili, mientras lanzaba confeti de pañales.

Los tópicos de la celebración eran bastante peculiares:

 1.  Tiro de pañales : donde los participantes debían lanzar pañales limpios a una diana dibujada con forma de “Arepín”.

 2.  Bailes de las gallinas : un concurso improvisado donde las gallinas competían en el arte de la danza, con música de gaita de fondo. Las gallinas no tenían mucha gracia, pero la risa era contagiosa.

 3.  Concurso del mejor grito de bebé : en el cual todos tenían que imitar el llanto del pequeño, y el más auténtico ganaría un “diploma de llanto oficial”.

Jhonson, siempre el más ingenioso, hizo un anuncio en voz alta:

—¡Atención! Este es un evento de “Altas Temperaturas” así que, si alguien siente la necesidad de gritar. Estornudar o reírse mucho. ¡está en su derecho!

La música sonaba a ritmo de tambor, y al mismo tiempo. El bebé se despertó. El reino contuvo el aliento, esperando su primer grito.

—Uno, dos, tres… ¡despierta, Símbolo de la Revolución! —contó Sebastián, haciendo gestos dramáticos como si fuera un narrador de cuentos.

Y, de pronto, el niño emitió un sonoro “¡Aaaah!”, que resonó como un canto de sirena.

—¡Eso fue en tono sol, con una pizca de picardía! —exclamó Lili, y todos rieron, convencidos de que el futuro rey ya tenía un álbum musical en mente.

Con cada grito del pequeño Arepín, los súbditos aplaudían y celebraban como si estuvieran en un concierto de rock. 

De pronto, Marquitos tuvo una idea brillante:

—¡¡Proclamemos un Día del Pijama Nacional!! Desde hoy, todo el mundo debe usar pijamas durante las reuniones reales. ¡Hay que estar cómodos para gobernar!

La idea fue recibida con entusiasmo, y pronto el palacio se lleno de un arcoíris de pijamas diseñados por emergentes modistas del reino.

Mientras tanto, Lucía observaba a su alrededor, con el pequeño en brazos, y no pudo contener la risa al ver a Jhonson intentando hacer un pasito de salsa con el bebé.

—¡Vamos, Arepín! —gritó él—. ¡A bailar! ¡Que la revolución rítmica se apodere del palacio!

El niño, riendo y balbuceando, parecía disfrutar de todo ese espectáculo.

—Y recuerda —dijo Lucía, mirándolo con ternura—, tú no solo llevas el tambor, llevas una orquesta entera dentro de ti.

Fue entonces cuando Sebastián, en su faceta de reportero, decidió captar el momento perfecto.

—¡Fotografía histórica! ¡El primer baile del heredero del tambor! —gritó mientras colocaba a todos en una extraña formación.

El expediente quedó para la posteridad con la frase:

 “El baile de la cuna resuena en los corazones del reino. ¡Unidos por el ritmo y el pañal!”

Y así, entre risas, danza y un creativo juego de pañales en el aire, el palacio no solo celebró el nacimiento de un niño, sino que dio la bienvenida a un nuevo estilo de vida: uno donde el amor reía, los bebés bailaban y la carta más importante no era la de los nobles, sino la de… ¡los pañales!

Al final del día, mientras el sol se ponía y el tambor seguía sonando, Lucía escribió en su diario:

 “Hoy aprendimos que la risa puede ser la mayor revolución.  

Que el amor nos une en pijamas y risas sonoras.

Que crujir de cuna significa un reino que baila.”

Así, el heredero del tambor continuó inspirando un palacio lleno de vida, risas y, sobre todo, mucho ritmo.

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