Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz de la mañana se filtraba por los ventanales del palacio de Cardiff, pintando la habitación de Lucía con tonos dorados y suaves. Ella estaba sentada en el borde de su cama. Con una bata de lino. Una taza de té de mango en la mano y la caja de terciopelo azul sobre la mesa.
La noche anterior había sido un torbellino: arte, risas, una propuesta inesperada. Y un corazón que no dejaba de preguntarse “¿y si…?”
Lucía se levantó. Caminó descalza hasta el balcón. El jardín real se extendía como una pintura viva. Respiró hondo. No era duda lo que sentía. Era vértigo. El vértigo de elegir sin miedo.
—Soy reina —murmuró—. Pero también soy mujer. Y hoy… quiero escribir un capítulo distinto.
Tomó la caja. La guardó en su bolso. Se puso un vestido sencillo. Con manchas de pintura que no quiso borrar. Bajó por los pasillos del palacio. Saludando a los guardias como si fueran parte de su corte creativa.
Al llegar al salón principal. Encontró al príncipe Jhonson revisando unos documentos. Él la vio. Se levantó, y sonrió con esa mezcla de respeto y ternura que lo hacía único.
—Majestad —dijo, con una reverencia breve.
Lucía se acercó. Lo miró a los ojos. —¿Aún quieres casarte conmigo?
El príncipe no dudó. —Sí. Con la reina que convierte empanadas en arte. Caos en belleza. Y cada “no” en una declaración de amor.
Lucía sonrió. —Entonces… acepto. Pero con condiciones.
—Las que quieras.
—La boda será en el jardín. Con música de tambores. Empanadas como entrada, y mis amigos más tontos como maestros de ceremonia.
—Perfecto. Ya me imagino a Marquitos dando el discurso de bienvenida.
—Y Sebastián escribiendo los votos como si fueran titulares de periódico.
—Y Lili decorando con flores que no combinan. Pero que hacen llorar.
Lucía tomó la mano del príncipe. —No quiero una unión de coronas. Quiero una alianza de mundos. De sabores. De historias. De libertad.
—Entonces será el primer matrimonio real con sabor a arepa y corazón de artista —respondió Jhonson, besando su mano.
Y así, entre promesas sin protocolo. Miradas sinceras y una reina que eligió el amor sin perder su esencia. No como una figura pública. Sino como mujer que decidió reinar con alguien que la eligió por lo que era… no por lo que representaba.
El anuncio del compromiso entre la reina Lucía y el príncipe Jhonson sacudió a la prensa. Pero en el palacio, el verdadero terremoto era otro: los preparativos. En menos de una semana. Cardiff se transformó en un laboratorio de locura ceremonial.
El caos creativo
Lili fue nombrada directora floral. En lugar de rosas, eligió bugambilias, girasoles y ramas de mango seco.
—Esto no es una boda, es una declaración de identidad —dijo mientras colgaba guirnaldas sobre los candelabros victorianos.
Sebastián redactaba los votos como si fueran editoriales:
—“Prometo reinar contigo en la alegría. El arte y el desorden emocional”— leyó en voz alta. Mientras los asistentes reales tomaban nota con cara de susto.
Marquitos, autoproclamado maestro de ceremonia. Ensayaba su entrada con una capa hecha de banderas galesas y un bastón decorado con cucharones de madera.
—¡Yo no caso a nadie sin una empanada en la mano! —gritaba, mientras organizaba una coreografía con gaiteros y tamboreros.
Los invitados
La lista era un desfile de mundos opuestos:
- Lordes británicos con sombreros de plumas compartían mesa con tías venezolanas que gritaban “¡bravo!” antes de tiempo.
- Un poeta galés recitaba versos en su idioma mientras una cantante de boleros improvisaba una serenata.
- El arzobispo. Confundido pero sonriente. Aceptó que la bendición se hiciera en tres idiomas y con fondo de tambor.
La ceremonia
El jardín del palacio fue transformado en un escenario híbrido:
- Un arco de piedra galesa cubierto con flores tropicales.
- Alfombra tejida por artesanos de Mérida. Flanqueada por gaiteros y cuatristas.
- El altar: una mesa de madera tallada con símbolos celtas y frases escritas por Lucía en tinta de café.
Lucía entró con un vestido que mezclaba encaje británico y bordados indígenas. El príncipe la esperaba con una chaqueta azul marino y una bufanda tejida por Marquitos que decía: “Sí, pero con sazón.”
No hubo coro. Hubo tambor. No hubo silencio. Hubo carcajadas. No hubo protocolo. Hubo verdad.
Y cuando dijeron “sí”, no fue un acto de Estado. Fue un acto de amor entre dos mundos que decidieron bailar juntos.
El jardín del palacio estaba irreconocible. Las columnas victorianas estaban envueltas en telares coloridos traídos de Mérida. Entre los arbustos, se escuchaban gaitas galesas entrelazadas con el retumbar de tambores afrocaribeños. No había alfombra roja: había un sendero de pétalos de bugambilia y hojas de laurel.
Lucía apareció desde el ala este del palacio, caminando al ritmo de un tambor lento. Su vestido era una obra de arte: mangas de encaje británico. Falda bordada con símbolos indígenas, y una capa ligera con frases escritas a mano por sus amigos. En la espalda, una sola palabra: “Elegí”.
El príncipe Jhonson la esperaba bajo un arco de piedra tallada con dragones galeses y flores tropicales. Llevaba una chaqueta azul marino con detalles bordados por artesanos de Barquisimeto. Y una bufanda tejida por Marquitos que decía: “Sí, pero con sazón.”
Los invitados estaban de pie. Nadie entendía bien el protocolo, pero todos sabían que estaban presenciando algo único. Una señora de la nobleza británica lloraba en silencio mientras una tía de Lucía gritaba “¡Eso, mi reina!” desde la tercera fila.
Sebastián leyó los votos como si narrara una crónica histórica:
—“Hoy no se unen dos casas. Se cruzan dos caminos. Uno con té, otro con papelón. Uno con gaitas, otro con tambor. Y ambos con corazón.”
Marquitos, con su bastón de cucharones, alzó la voz:
—¿Aceptas, Jhonson, compartir tu trono, tu té y tus tardes de lluvia con esta reina que no se calla?
—Acepto —respondió él, sin dudar.
—¿Y tú, Lucía, aceptas compartir tu caos, tus empanadas y tu reino de colores con este príncipe que no sabe bailar salsa?
Lucía sonrió.
—Acepto. Pero le enseñaré.
Los aplausos estallaron antes de tiempo. Lili lanzó flores al aire. Un cuatrista improvisó un acorde. Y cuando se besaron, no fue un gesto de cuento. Fue una promesa entre iguales.
Y así, entre gaitas, tambores, y una ovación que no entendía de etiquetas, Lucía y Jhonson. No co
mo reina y príncipe, sino como dos mundos que decidieron caminar juntos… sin perder su sabor.







