Era la primera vez que pronunciaba la palabra divorcio con absoluta claridad.
Cuando lo dijo, sintió que la presión en el pecho cedía un poco, como si una pesada piedra que llevaba encima desde hacía un año se moviera apenas lo suficiente para dejarle respirar.La ira de Adrián se congeló en su rostro. No parecía creer lo que escuchaba.
Después de unos segundos, su expresión burlona regresó.—¿Divorciarnos? ¿Crees que vas a sobrevivir sin mí? El informe lleva también mi nombre. Si te atreves, le diré a todos que eres una incompetente que ni siquiera pudo cuidar a su propio hijo.
—Hazlo —respondió Gabriela con frialdad. Se agachó, recogió el maletín y las llaves del auto del suelo—. Pero yo les diré quién canceló la revisión de los andamios del túnel, quién mintió diciendo que trabajaba el día que murió Gabriel cuando en realidad estaba bebiendo, y quién falsificó los datos para ganar dinero, sin importarle la vida de los mineros.
Sus palabras fueron como un punzón de hielo que atravesó el punto débil de Adrián.
Su rostro palideció al instante. Intentó avanzar para detenerla, pero la mirada de Gabriela lo hizo retroceder.No había odio en sus ojos. Solo indiferencia absoluta, como si él ya fuera un extraño sin importancia.
Gabriela no volvió a mirarlo. Abrió la puerta y salió a la bruma de la mañana.
Cuando encendió el auto, vio por el retrovisor a Adrián todavía de pie en la entrada, una figura ridícula y triste. Pisó el acelerador suavemente y dejó atrás aquella casa llena de dolor.La oficina central de la mina estaba a oscuras, excepto por la luz de la caseta del guardia.
Gabriela abrió la puerta con su llave de repuesto y, cuando estaba a punto de entrar a su oficina, escuchó pasos en el pasillo.No eran los pasos lentos y desordenados de Adrián, sino firmes y rítmicos, como los de alguien con disciplina y experiencia.
Instintivamente, apretó el maletín con más fuerza.Cuando levantó la cabeza, se encontró con unos ojos oscuros y profundos.
El hombre llevaba una chaqueta de rescate azul oscuro, con una placa que decía Rescatista Certificado en la manga.
Era alto, de hombros anchos, y sostenía una carpeta, como si acabara de revisar el equipo de emergencia de la mina. Cuando la miró, no hubo sorpresa ni curiosidad, solo cortesía… como si quisiera confirmar su identidad.—Perdón por la molestia —habló primero, con una voz baja y calmada—. Soy Damián Vega, el nuevo consultor de seguridad de la mina. Estoy organizando el plan de emergencia para los túneles. ¿Usted es la señora Rivas?
Gabriela se quedó momentáneamente sorprendida; no sabía que habían contratado a un consultor de seguridad. Probablemente la familia Vega lo había enviado.
Se obligó a relajarse un poco y asintió.—Sí, soy yo. ¿Busca algo conmigo?
—Así es —dijo Damián, abriendo su carpeta y entregándole un plano—. Este es el mapa de los andamios de los túneles que elaboré con los datos antiguos. Noté una laguna en los registros de revisión del túnel donde ocurrió el accidente el año pasado. Quería confirmar los detalles con usted.
El área marcada en rojo era exactamente donde murió Gabriel.
Gabriela rozó el círculo con los dedos, que le temblaban apenas.Finalmente, alguien preguntaba por la revisión del túnel… no para culpar, sino para proteger.
Inspiró hondo, abrió el maletín, sacó el informe original con sus anotaciones en lápiz y se lo tendió.
—Estos son los registros reales. Mi marido, Adrián, canceló la revisión del túnel a última hora antes del accidente… y luego falsificó los papeles.
Damián tomó los documentos y frunció el ceño.
Los leyó con detenimiento, incluso las notas en los márgenes. Cuando al fin levantó la vista, su expresión era compleja: no había compasión, solo respeto por la verdad.—Gracias por ser honesta. Este registro es crucial para corregir los problemas de seguridad. Lo incluiré en el nuevo plan de emergencia.
Mientras hablaba, su mirada se detuvo brevemente en las yemas de los dedos de Gabriela, aún enrojecidas por la bofetada que le había dado a Adrián.
No dijo nada. Simplemente sacó de su bolsillo un pequeño tubo de crema hidratante y se lo ofreció.—El aire de la mina es muy seco. Si tienes heridas en las manos, podrían infectarse. Esta no tiene fragancia, pruébala.
Gabriela parpadeó, sorprendida. Al coger la crema, sus dedos rozaron los de Damián por accidente.
Sus manos eran cálidas, firmes, con callos de trabajar con herramientas… completamente distintas de las manos frías y grasientas de Adrián.—Gracias —murmuró. Abrió el tubo y aplicó un poco sobre sus manos. El leve brillo de la vaselina alivió el ardor que quedaba en las yemas.
—Ah, por cierto —añadió Damián, como si acabara de recordarlo—. Los abogados de la familia De la Vega me llamaron. Dijeron que usted los llevará a revisar el túnel en persona y me pidieron que los acompañe para explicar los riesgos de seguridad. ¿Cuándo le parece mejor?
—Ahora mismo —respondió Gabriela sin dudar.
Quería resolver todo cuanto antes; mientras más rápido se corrigieran los problemas, más seguros estarían los mineros.Damián asintió y cerró su carpeta.
—Entonces iré a buscar los cascos de seguridad. La espero abajo.
Se alejó con pasos silenciosos, que no rompieron la calma que acababa de instalarse en su pecho.
Gabriela lo siguió con la mirada, y de pronto sintió que un rincón de su corazón, enterrado bajo la culpa, recibía un rayo de sol entre la bruma.
Durante un año había aprendido a luchar sola contra todo el dolor. Ahora, por primera vez, alguien estaba a su lado. No por compasión… sino porque defendía lo mismo que ella: la seguridad y la verdad.Guardó el informe, cerró la puerta de su oficina con llave y bajó las escaleras.
Damián ya la esperaba, con dos cascos en la mano.—Vamos —dijo, entregándole uno con una mirada calma y alentadora.
Gabriela colocó el casco y ajustó la hebilla.
Esta vez, sus dedos no temblaban.Miró hacia la boca del túnel donde murió su hijo, y donde ella misma había quedado atrapada en la oscuridad tanto tiempo.
Pero ahora no entraría sola. Iría con Damián… para descubrir la verdad y proteger el futuro.El viento del túnel traía el olor húmedo de la tierra.
Damián caminaba a su lado, con pasos firmes, como una muralla silenciosa. Gabriela respiró hondo y dio el primer paso.Sabía que, desde ese momento, jamás volvería a ser la mujer que estuvo atrapada en la culpa y la cobardía del pasado.