31. Y se fue
Su mirada se posó en mí de manera visceral, como si intentara arrancarme la seguridad de los huesos con tan solo un parpadeo.
Y si había algo en este mundo que no soportaba más que sentirme insignificante, era ese intento de otros por hacerme sentir menos.
Ella me miraba como si yo fuera una mancha en su abrigo de diseñador. De arriba a abajo. Con ese desprecio que no necesitaba palabras.
—No tengo tiempo para hablar —dije, seca, sin mirarla del todo—. Así que puedes irte.
—Te gustará lo que tengo que decirte.
—Lo dudo —respondí con una sonrisa tan mordaz que podría haber cortado cristal.
Su rostro se contrajo. Solo un poco. Como si una pequeña arruga se hubiese formado en su fachada perfecta. No me importó. Le regalé una mueca lo suficientemente molesta para que entendiera que me estaba fastidiando solo con existir.
Ella volvió a sonreír, pero su sonrisa era tan fingida que parecía pegada con silicona.
—Quiero que dejes de acercarte a Brian.
Ahí estaba.
La gran declaración.
No había