El movimiento del viento, sumado al olor salino, me dejaba entender que estábamos en ese mar azulado. Edward estaba a nuestro lado construyendo, según él, una fortaleza para proteger a su superhéroe preferido… sí… él había cambiado. Ya no era ese pequeño que amaba dinosaurios y tiburones; ahora adoraba a los superhéroes, principalmente a Ironman y Pokémon. Lo típico para un niño de nueve años.
Por otro lado, nuestra hija Nadia, de apenas cuatro años, dibujaba minúsculos círculos imitando las burbujas que flotaban en la máquina que habíamos traído. Su sonrisa era tan encantadora que parecía un canto de sirena hecho para relajarnos. Edward se levantó solo para comenzar a correr, siendo perseguido por nuestro perrito Caramelo, un golden retriever que habíamos adoptado hace unos dos años.
—¿Ves que no tenías que preocuparte? —dijo Brian con calma mientras abría la hielera para tomar una bebida—. Te dije que podía encontrar la mejor playa para ti. Perfecta para los niños y cero tiburones qu