30. No lo rompas
¿Lo amaba o no…? Esa era la cuestión.
Brian me llevó a casa tras esa hermosa salida bajo las estrellas, donde no supe qué decir. Él también se veía confundido, con la mirada perdida en algo que ni siquiera parecía estar allí, pero no dijo nada. Solo se despidió con un ligero abrazo y un “nos veremos mañana” que se sintió como un eco sin fuerza.
Al día siguiente, me dirigía hacia la oficina de mi abogado. Iba decidida, con paso firme, como si caminara sobre una pasarela invisible que solo yo conocía. El abogado me recibió con una sonrisa burocrática, de esas que solo muestran los dientes por compromiso, y me entregó los papeles. Firmé. Rápido, sin titubear. Le había dicho a Brian que llegaría tarde; no preguntó, solo me pidió que regresara lo más temprano posible para terminar unos documentos. Como si él no pudiera vivir sin mi eficiencia aplastante.
Tras recibir la buena noticia de que el miércoles el dinero estaría en mi cuenta, salí casi flotando. ¡Se acabó el cereal con agua! ¡Se a