3. Cuatro horas para divertirme
Ese domingo, que no estaba en mi contrato, me encontraba frente a la casa del señor Spencer, alias: el hombre que morirá de un ataque cardíaco hoy. Eran las doce del día; giraba la llave de su enorme mansión —que seguramente usaba para cuidar su ego— mientras sonreía. No era una sonrisa de alegría… No. Era una siniestra. Usualmente habría llegado a las nueve de la mañana, pero usé esa hora para comprar todo lo que necesitaría para que me despidiera, todo con la hermosa tarjeta negra ilimitada de mi jefe. Con la ayuda de mi hermano, traje todas mis compras.—Lulu, si mamá se entera de todo lo que piensas hacerle al señor rico, se va a enojar. —Theodoro, tú cállate y coopera. Si logramos que me despida antes del mes, te llevaré a otro país estas vacaciones de verano. Incluso podré buscar al mánager de Messi, pagarle un buen dinero y hacer que pases una tarde con él, o te tomas una foto, o no sé.Mi hermano menor, por casualidad, me escuchó maldiciendo en la noche mientras terminaba lo
Leer más