Vivian llegó a la estación de tren con la respiración entrecortada y el cuerpo tenso. No podía permitirse detenerse. Su vida dependía de ello.
Al bajar del taxi, sus piernas temblaban, pero obligó a su cuerpo a moverse. Caminó con paso acelerado hasta el banco más cercano, lanzando miradas furtivas por encima del hombro. Sentía que en cualquier momento alguien la descubriría, que una sombra surgiría de la nada para arrancarla de su libertad.
Entró al banco con las manos heladas y la garganta seca.
—Quiero hacer un retiro —dijo con voz temblorosa, intentando sonar segura.
El cajero le pidió su identificación y ella se la entregó con los dedos crispados.
Los segundos se hicieron eternos. Cada sonido, cada movimiento a su alrededor, la hacía estremecerse.
Finalmente, el hombre deslizó un sobre con su dinero a través del mostrador.
Casi doscientos mil dólares.
Era todo lo que tenía. Su única esperanza.
—Gracias —susurró, tomando el sobre y guardándolo con rapidez en su bolso.
No se quedó n