—¿Escapas del padre de tu hijo? —preguntó la doctora, observando con cautela el temblor en los labios de Vivian.
Ella titubeó, con la respiración agitada y el corazón golpeándole el pecho.
—¡Él quiere arrebatármelo! —susurró, suplicante—. ¡Por favor, ayúdeme!
La doctora sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era la primera vez que veía a una mujer en una situación así, pero nunca con tanto pavor en los ojos.
—¿Quieres que llame a la policía?
Vivian negó frenéticamente con la cabeza, agarrando el brazo de la doctora con desesperación.
—¡No! ¡No serviría de nada! ¡Es un Eastwood! —Su voz se quebró, un sollozo ahogado escapó de sus labios—. No se puede escapar de ellos…
Los ojos de la doctora se abrieron de par en par. Conocía ese apellido. No era solo una familia rica, era una dinastía.
Un imperio con tentáculos en la política, en los negocios y, probablemente, en la ley misma. Luchar contra ellos era como lanzarse contra una tormenta con las manos desnudas.
La mujer tragó saliva