Deborah caminaba por la casa con pasos agitados, su mente sumida en la furia.
Cada uno de sus pensamientos la empujaba más cerca de la desesperación.
La noticia de que Terrance no había llegado a dormir en la casa la estaba consumiendo por dentro.
La imagen de Paz apareciendo en la vida de él una y otra vez era como una daga clavada en su corazón.
—Maldita seas, Paz —murmuró, apretando los dientes, sus ojos llenos de rabia—. ¡Quiero que dejes de intentar robarme lo que es mío! Terry me pertenece, y no voy a permitir que lo alejes de mí, él ahora será mi esposo como siempre debió ser.
El aire en la habitación estaba pesado, cargado de odio y celos.
Deborah no podía dejar de pensar en cómo Paz había logrado siempre entrar en su vida, a pesar de los esfuerzos de Deborah por mantenerla a distancia.
De repente, la puerta se abrió, y Terrance entró en la casa. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero al ver a Deborah, no mostró ni la más mínima emoción.
Ella no pudo contener las lágri