Vivian soltó un grito desgarrador, pero los hombres se abalanzaron sobre ella como bestias hambrientas, sofocando su voz con sus manos ásperas y sucias.
—¡Cállate, mujer, o te matamos! —gruñó uno de ellos, acercando la fría hoja de un cuchillo a su cuello.
Un escalofrío le recorrió la espalda. El miedo la paralizó, le quemó las entrañas como un fuego incontrolable.
Los hombres la examinaron con ojos lascivos.
—Es bonita… —murmuró uno con una sonrisa repugnante—. Hay que aprovechar.
Vivian sintió que la bilis le subía a la garganta. Terror. Desesperación. Repulsión. Todo se mezcló en su mente en un torbellino caótico cuando sintió manos inmundas rasgar su ropa. Intentó gritar otra vez, pero una mano ruda le cubrió la boca, ahogando su alarido en un silencio aterrador.
Su cuerpo entero temblaba. Quería morir antes de que esos monstruos la tocaran.
De repente, un estruendo sacudió el lugar.
—¡Policía! ¡Manos arriba!
La puerta cayó hecha añicos y los uniformados irrumpieron en la habitació