—Debo decirle la verdad al señor Gabriel. Si me odia, está bien, pero merece saber que tendremos un hijo.
Las palabras resonaban en la mente de Vivian mientras caminaba hacia la empresa, el corazón apesadumbrado, cargado de la angustia que la atormentaba.
En el fondo, sabía que no podía seguir ocultando su embarazo, pero la verdad le pesaba como una losa.
No estaba preparada para las consecuencias, pero había llegado el momento de enfrentarlas.
Al llegar a la oficina, se detuvo frente a la puerta.
Su mano tembló al tocar la perilla, el nudo en su garganta casi la ahogaba.
Abrió lentamente, y lo que vio hizo que su mundo se desmoronara en pedazos.
Gabriel, el hombre al que amaba, besaba a otra mujer con pasión, como si no existiera un mañana.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, el dolor la atravesó de una forma tan intensa que su cuerpo se sintió incapaz de soportarlo.
Estaba allí, paralizada, viendo cómo un pedazo de su alma se rompía.
El mundo parecía desvanecerse a su alrededor.
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