—Compañera…
La lluvia caía en cortinas densas cuando Lyra se arrodilló frente a la criatura, las rodillas hundiéndose en el barro empapado del bosque mientras la voz gutural la llamaba con sufrimiento, con una necesidad que ella siempre había querido escuchar antes que todo.
Extendió la mano temblorosa, los dedos vacilantes, y tocó el rostro del monstruo que, segundos antes, había masacrado a los cazadores. La piel estaba caliente, palpitante; los ojos rojos aún ardían, pero ya no había furia en ellos. Solo dolor. Agotamiento. Y algo más profundo, devoción tal vez, la necesidad de protegerla.
—River… —susurró, con la voz quebrada—. Vuelve a mí.
Él soltó un sonido grave, gutural, que podría haber sido un lamento, y entonces, lentamente, lo imposible comenzó.
Los músculos se retrajeron, los huesos se reajustaron en un crujido grotesco. El pelaje negro retrocedió, desapareciendo bajo la piel pálida. Los dientes se redujeron, las garras se deshicieron. En cuestión de segundos, River volvi