Lo único que se oía era el silencio pesado, cortado por la respiración caliente y monstruosa de aquella criatura. Entonces se giró. Sus ojos rojos, encendidos como sangre, chispeaban con pura furia, aún impregnados del odio y el asco que habían consumido cada hueso de los renegados que se atrevieron a tocar lo que no les pertenecía.Allí estaba ella.Tirada sobre las piedras frías de la cueva, su cuerpo pequeño temblaba, cubierto de moretones, suciedad y sangre. Completamente desnuda, la piel clara marcada con arañazos, hematomas y cortes, el cabello pegado al rostro, sucio de barro y sangre. Pero lo que más lo enfureció fue el olor.El olor de muchos machos sobre ella.El olor de lo que le hicieron.Un gruñido grave escapó de su garganta mientras se acercaba. A cada paso, su instinto exigía sangre, pero ya no quedaba nada vivo allí para sufrir su furia. Solo quedaban el dolor, el vacío y la vergüenza.Se transformó en hombre sin prisa, sintiendo cómo los colmillos volvían a ser dient
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