El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Clara se levantó. La noche había sido larga y tensa, y aunque no había dormido bien, decidió preparar algo de desayuno para ambas.
El aroma a café recién hecho y pan tostado llenó el apartamento. Quería darle a Ana un poco de normalidad, algo que la ayudara a mantenerse en pie.
Poco después, Ana salió de la habitación. Llevaba el cabello recogido en un moño desordenado y los ojos hinchados por el llanto.
—Huele delicioso —dijo con una voz apagada.
Clara sonrió con ternura.
—Te hice pan tostado con mermelada y jugo. No es mucho, pero algo tienes que comer.
—Gracias, pero no tengo hambre —respondió Ana, sentándose a la mesa.
Clara la observó con preocupación.
—Ana, debes comer algo. No puedes seguir así.
Ana suspiró, tomó el vaso de jugo y dio un pequeño sorbo. Luego se levantó, caminó hasta la ventana y, sin esperarlo, su corazón dio un salto.
—No puede ser… —murmuró.
—¿Qué pasa? —preguntó Clara, acercándose.
Ana señaló hacia