Ana despertó despacio. El primer sonido que escuchó fue el leve respirar de Leonardo, dormido a su lado. Lo observó un momento, en silencio, aún con el corazón oprimido por todo lo ocurrido la noche anterior.
Él dormía boca arriba, con un brazo extendido hacia ella, como si incluso en sueños intentara protegerla. Ana sonrió débilmente. Quizás podía intentar creerle. Quizás, por una vez, merecía confiar.
Un rato después, Leonardo abrió los ojos y al verla allí, lo primero que hizo fue darle un beso suave en los labios.
—Buenos días, amor. —susurró con la voz aún ronca del sueño.
—Buenos días —respondió ella, con un hilo de voz.
Él se incorporó, pasó una mano por su cabello y la miró con expresión seria.
—Hoy hablaré con Isabella —le dijo de frente—. No pienso permitir que algo del pasado venga a ensuciar lo que tenemos.
Ana lo observó unos segundos, sin responder. Luego solo sonrió, le lanzó un beso y asintió. No quería discutir más. Solo deseaba que esa mujer desapareciera de sus vida