Esa noche transcurrió con calma. La cena fue sencilla: sopa caliente, pan recién horneado y un silencio que se alargó más de lo habitual. Ana intentó conversar, pero Leonardo parecía distraído, como si su mente estuviera en otro lugar. Aun así, antes de irse a dormir, él se acercó a besarle la frente y le susurró un “te amo” que sonó más como una costumbre.
Ana se quedó mirando el techo un largo rato después de que él se durmiera. Se movió despacio, buscando una posición cómoda para su vientre que ya se notaba un poco Cerró los ojos con la esperanza de que al día siguiente todo se sintiera más claro.
La mañana siguiente, el sol se filtró suave por las cortinas del cuarto. Ana se despertó y estiró una mano hacia el lado de Leonardo, pero solo tocó sábanas frías. Sonrió con suavidad, suponiendo que estaría en la ducha, pero al escuchar el silencio del baño, una pequeña duda se encendió en su pecho. Se levantó, se colocó una bata ligera y salió de la habitación.
En la sala, encontró a Ca