El sonido de la lluvia seguía cayendo sobre la ciudad cuando Ana salió del hotel, con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. No esperó a que Leonardo la alcanzara. Detuvo el primer taxi que vio y se subió casi sin mirar al conductor.
—A la Avenida Los Cedros, edificio Santori… —dijo apenas, con la voz quebrada.
El chofer la observó por el espejo, notando su rostro empapado, pero no dijo nada. El trayecto fue un silencio pesado, roto solo por el golpeteo de la lluvia contra los vidrios. Ana apretaba su bolso entre las manos, mirando sin ver las luces de la ciudad. La escena del beso se repetía una y otra vez en su cabeza, como una herida abierta que no dejaba de sangrar.
Cuando llegó al edificio, pagó sin esperar el cambio, entro y subió casi corriendo. Apenas entro al apartamento , corrió a la habitación cerró la puerta, y se dejó caer al suelo, apoyando la espalda en la cama. Sentía que el aire le faltaba, el pecho le dolía y las lágrimas simplemente no paraban.
—¿Po