Afuera, el mar rugía con fuerza, iluminado por los relámpagos que cruzaban el cielo. Dentro de la casa, el ambiente era cálido, casi acogedor.
Todos entraron y cenaron en calma.
—Bueno, yo me retiro —dijo Clara estirándose—. Si no descanso hoy, mañana me duermo en el carro de regreso.
—Buena idea —respondió Marta con una sonrisa—. Yo revisaré que todo quede cerrado. No me gusta cómo suena esa tormenta.
Ana la ayudó a recoger los vasos y platos que habían usado durante la cena. Leonardo, sentado en el sofá, observaba en silencio cómo ellas se movían por la sala. Había algo en su mirada, una mezcla de serenidad y deseo contenido.
—No te vayas a quedar hasta tarde —le dijo Clara, dándole un beso en la mejilla—. Mañana hay que madrugar.
—Lo sé —respondió Ana, sonriendo—. Buenas noches.
—Buenas noches —dijo Clara divertida, saludando a Leonardo antes de desaparecer por el pasillo.
Minutos después, Marta también se retiró. La casa quedó sumida en un silencio profundo, solo interrumpi