Ana se incorporó con cuidado, sin hacer ruido. Leonardo se había dormido nuevamente. Lo observó unos segundos: dormía tranquilo, con el ceño relajado, y el cabello algo revuelto. Ana sonrió apenas y se levantó de la cama, buscando su ropa en silencio. Cada prenda que recogía le traía el recuerdo de la noche anterior, de cada palabra, cada beso.
Se vistió y antes de salir, lo miró una última vez.
—Gracias… —susurró casi sin voz, y cerró la puerta con cuidado.
El pasillo estaba en penumbras. Caminó de puntillas, pero al girar en la esquina se encontró con Clara, quien venía con una taza de café en la mano y el cabello despeinado.
—¡Ajá! —exclamó con una sonrisa traviesa—. Sabía que algo raro pasaba anoche.
Ana se sobresaltó. —Clara, no empieces.
—¿“No empieces”? ¡Por favor! —susurró emocionada—. Sales del cuarto de Leonardo al amanecer y decirme “no empieces” es como ponerle gasolina a mi curiosidad.
Ana la miró con una mezcla de vergüenza y risa nerviosa.
—No pasó nada… —intentó decir,