Leonardo las observaba desde la orilla, con los pies descalzos sobre la arena húmeda. Cuando levantó la mirada y vio a Ana acercarse, el tiempo pareció detenerse por un instante.
Ella se quitó el vestido con un movimiento sencillo, llevaba debajo un traje de baño rojo, de dos piezas que resaltaba su figura. No era la primera vez que la veía, pero sí la primera que lo hacía en ese escenario. Leonardo sintió un leve temblor en el pecho, una sensación extraña que no solía permitir.
—¿Y bien? —preguntó Clara, rompiendo el silencio mientras se acercaban—. ¿Que te parece el lugar?
Leonardo se acomodó las gafas y sonrió con calma. —Espero que sea lo suficientemente relajante para ustedes.
—¿Relajante? —dijo Clara con tono burlón—. Esto es un sueño. No me pienso mover de aquí en dos días.
Ana, algo apenada, sonrió y saludó con un gesto. —Gracias por invitarnos, Leonardo. De verdad, está maravilloso.
—No tienes que agradecer —respondió él, mirándola con atención.
Detrás de ellos, Marta ya habí