El ascensor se detuvo con su característico sonido metálico. Ana esperó a que las puertas se abrieran antes de salir. Leonardo se quedó unos pasos más atrás, mirándola con esa expresión que siempre le transmitía seguridad, pero que esa mañana parecía más contenida.
—Nos vemos en el almuerzo —dijo él, aunque su tono no fue tan relajado como otras veces.
—Está bien —respondió Ana, intentando sonreír.
El pasillo estaba lleno de empleados y el sonido de los teclados, las llamadas y el olor del café se mezclaban como una rutina perfectamente orquestada. Ana caminó hacia su escritorio mientras Leonardo se dirigía a la última planta, donde estaba su oficina.
Había algo distinto en el ambiente, un aire de tensión que ella no supo si provenía de su propia mente o del silencio con el que Leonardo había conducido todo el trayecto hasta la empresa. Él casi no había hablado desde que salieron de casa, y Ana intuía que los celos que le despertó aquel mensaje de Julián aún daban vueltas en su ca